Plátanos

telebasuraUsted, sí, usted. Ni se le ocurra apartar la vista ni un ápice del texto. Abra bien los ojos y dispóngase a disfrutar del morbo que proporciona la sangre, el sexo y la intimidad ajena. No le prometo cultura ni conocimientos sobre un tema en concreto. Eso sí, si presta atención, el deleite será tal que ya nunca nadie tendrá que obligarle a ver aquello que muchos califican de grotesco. Usted, y sólo usted, querrá consumirlo con un ansia ensordecedora. Llegará incluso a amar y a justificar lo que probablemente su moral rechace a más no poder. Pero no se asuste, con el paso del tiempo su actitud a priori animal y soez se convertirá en una forma de vida aceptada e incluso moderna.

Su estatus social se verá encumbrado –dejará de ser un retrógrado-, podrá permitirse observar sin vergüenza contenidos en los que una pareja relata con todo lujo de detalles lo que les gusta hacer en la cama. Y no acaba ahí la cosa. Con el tiempo, no bastará con mirar y querrá pasar a la acción. Entonces, sólo entonces, será usted un completo gilipollas atado a pasiones irracionales. ¿Irresistible verdad?

Lo que acaba de leer es una extraña manera de comenzar un texto. Invocar al lector para obligarle a consumir un contenido periodístico apelando a sus instintos más básicos e insultarle es, cuanto menos, de mala educación. Sin embargo, ese mensaje es el que –envuelto en papel de regalo- difunde a diario la televisión del siglo XXI. Infidelidades de famosos, penurias ajenas, accidentes bien encuadrados –que al filmar a un individuo ensangrentado no se nos escape ni una gota de su íntima dignidad- y sexo explícito: eso es lo que con en el mero propósito de ganar dinero se planta en nuestras casas a través de la caja tonta.

Son muchos los programas que aduciendo el ya famoso “les damos lo que piden” merman la capacidad intelectual del telespectador. Vale que cuando el trabajador medio llega a casa no tiene ganas de ver un documental de la dos. Vale que lo más demandado es el entretenimiento. No obstante, lo que no vale es insistir en contenidos fáciles y morbosos. Éstos no sólo dejan de enriquecer al consumidor de televisión, le animalizan y le tratan como a un simple mono domesticado que se traga lo primero que le dan –con todos mis respetos hacia los señores simios-.

Los contenidos zafios e insustanciales propician que el público se arrime poco a poco al embrutecimiento. Todo comienza con escuchar con disimulo cómo dos mujeres se escupen lindezas en un plató de televisión mientras proclaman su amor por el mismo futbolista. Más tarde, y a medida que lo grotesco va calando en nosotros, llegaremos a justificar e incluso a defender aquellos programas nocturnos que promulgan contra viento y marea la promiscuidad sexual. Y qué más da. Pues da, y mucho. Ha nacido una nueva propaganda. Se mete en nuestras casas sin llamar y nos falta al respeto gritando en silencio: “ ¡Toma un plátano!”.

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